Una vez, a un número ocho se el ocurrió hacer una Fiesta para confraternizar con todos los otros números ocho que existían. Lanza la idea por las redes sociales y es un boom viral.
Llega el momento de la Fiesta, en un localzote, más de mil números ocho se divertían a más no poder. Las cosas se daban normalmente sin ningún problema. Para tener mejor control del ingreso a la recepción, se hizo hincapié en la puerta de ingreso que la Fiesta era exclusivamente para los Números Ocho.
Hasta que en eso, se escuchan gritos en la puerta de ingreso:
-¿Por qué no me dejan entrar? Yo soy un Ocho. ¡Exijo hablar con su supervisor, con su Jefe!
Era tanto el alboroto, que la gente del ingreso, llama a Seguridad para sacar del recinto a este individuo que decía ser un número ocho, sin serlo. El miembro de Seguridad le dice al laberintoso:
-Señor, perdón está alterando el orden en esta reunión.
El que estaba haciendo problemas, responde:
-Pero, yo soy un Ocho, ¿Por qué no puedo ingresar?
El de Seguridad le replica:
-Sabe que, Señor, usted es un Cero, por lo tanto no puede alternar en esta reunión. Espere un momento, voy a traer un espejo grande para que vea que es un Cero y no un Ocho.
Efectivamente, con ayuda de otro miembro de Seguridad, trae un espejo grande, se lo dan al que infructuosamente quería deleitarse en la Fiesta.
Este, viéndose en el espejo que no es un Ocho, sino un Cero, expresa avergonzado:
-Un millón de disculpas, señores. Olvidé ponerme la correa.
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